Pero la tortura no ha terminado … Estás agotada, cuando te vuelves a poner de pie no sientes las piernas, te vuelves a vestir rápidamente y sobretodo tiras de la cadena! Y si no funciona preferirías no salir del baño, que vergüenza! Por último vas a la pica: todo está lleno de agua y aquí tampoco se puede apoyar el bolso, que tienes que volver a colgarte en el hombro, no entiendes cómo funciona el grifo con los sensores automáticos y tocas todo hasta que finalmente puedes lavarte las manos en una posición de jorobado de Notre Dame para no dejar caer la bolsa en el fregadero. Las toallas son tan escasas que acabas secándote las manos en los pantalones, porque no quieres perder otro Kleenex para eso! Sales pasando al lado de todas las mujeres que aún están esperando con las piernas cruzadas y en esos momentos no se puede sonreír de forma espontánea, consciente del hecho de que acabas de pasar una eternidad ahí dentro. Tienes suerte de no salir con un trozo de papel higiénico pegado al zapato, o peor aún, con la cremallera bajada! A mí me pasó una vez, y no soy la única que conozco! Sales y ves a tu hombre que ya está fuera del cuarto de baño desde hace rato, y hasta tuvo tiempo para leer ‘Guerra y Paz’ mientras esperaba. «¿Qué te tomó tanto tiempo?», te pregunta cabreado. «Había un montón de cola«, te limitas a contestar. Y es por eso que las mujeres van al baño en grupo, por solidaridad, ya que una te aguanta el bolso y el abrigo, la otra mantiene la puerta y la otra te va a pasar el Kleenex debajo de la puerta; por lo que es mucho más fácil y más rápido, ya que hay que concentrarse sólo en mantener ‘la posición‘ (y la dignidad). Este artículo está dedicado a las mujeres de todo el mundo que han utilizado un baño público y a los hombres, para que entiendan por qué pasamos tanto tiempo ahí dentro.